No nos vamos a engañar. La soledad duele porque nos enfrenta a nuestros mayores temores. Sin embargo, el dolor siempre es transitorio, nunca perdura más de lo necesario. La soledad nos empuja a ser nosotros mismos, a desatarnos de todas esas creencias y normas estúpidas que hemos considerado verdades absolutas cuando en realidad nos estaban encasillando.
No es malo estar solo, menos aún disfrutar solo. Ignora a quienes se burlen de ti, pues contribuyen a la tentación de que vuelvas al principio, donde la dependencia a los demás te oprimía. Si la soledad se presenta en tu vida no la niegues, no la intentes evitar acumulando personas vacías que no te aportan nada. Abrázala, acéptala y, sobre todo, disfrútala. Porque gracias a ella te enriquecerás, te descubrirás y, sin ninguna duda, crecerás.